lunes, 3 de junio de 2013

Aquellos ojos verdes como el mar...

[Balcón del Grand Hotel Excelsior Vittoria, en Sorrento, donde Enrico Caruso decidió entregar su último soplo de vida al amor]

 Hace años, investigando sobre los cinco minutos musicales más emocionantes para mí, descubrí que la canción hablaba de un hecho real: la muerte de Enrico Caruso.

 Muy de vez en cuando, la vida escribe guiones perfectos, en los que la última escena le da valor a todo lo anterior. Como en una maravillosa película, el argumento va hilando una historia que alterna y entrelaza tantas luces y tantas sombras que al final es imposible entender unas sin la existencia de las otras. Pero la vida sigue su camino hasta que se apaga… y entonces, cada segundo vivido, desde la primera sonrisa hasta la última lágrima, tiene sentido por el mero hecho de formar parte del camino recorrido hacia un momento único que justifica todo lo anterior. Quizá para recordarnos que el amor más profundo siempre supera al más intenso de los dolores. Siempre.



 Finales del mes de Julio de 1921. Estamos en Sorrento, sur de Italia. Enrico Caruso, probablemente el mejor tenor de la historia, padece un cáncer de garganta que le provoca dolor hasta al hablar. Está profundamente enamorado de una chica a quien da clases de canto, pero él sabe que a su vida quizá le queden ya muy pocos capítulos como para que uno sea de amor.

 Una noche de aquel verano, no puede resistirse a esos ojos que le miran con admiración y decide sobreponerse al terrible dolor de su enfermedad para así poder cantar para ella una sobrecogedora mezcla de sufrimiento y el más puro amor.

Te voglio bene assai. 
Ma tanto, tanto… bene sai. 
É una catena ormai 
che scioglie il sangue dint' e' vene sai. 

 La fuerza de su voz y la belleza de su canto atrajeron a los pescadores de alrededor, que acudieron al puerto y se pararon allí, a la orilla, para escucharle. Y la luz de sus barcas hizo que Caruso recordara los días de gloria, las noches que pasó observando los enormes edificios de Nueva York, donde se hizo famoso por sus actuaciones en el Metropolitan Opera. Por un instante, le pareció estar en su mejor momento, en la plenitud de su carrera.

 El dolor era insoportable, pero ni lo siente cada vez que mira a su amada apoyada en el piano, observándole serenamente con atención. Por eso no deja de cantar para ella. Por eso continúa su eterna declaración de amor.

 Esa misma noche, por el esfuerzo realizado, su estado de salud se deterioró más aún y dos días después, el 2 de Agosto de 1921, el corazón enamorado de Enrico Caruso dejaba de latir para siempre.

 Así es como late esta canción, entre la pasión y el dolor, entre la vida que se enciende en los ojos de una mujer y la muerte que espera y es esperada, entre las luces del ayer y el esplendor de un mañana que él sabía que nunca existiría. Pero sobre todo late con el amor, que a veces consigue que cinco minutos valgan más que una vida entera. Así fue su último concierto. Y éste fue su público: los pescadores, el mar oscuro y profundo, las estrellas, la luna clara del último verano… y ella.
(Diego García)
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 TRADUCCIÓN DE LA LETRA 

Aquí donde brilla el mar 
y sopla fuerte el viento, 
sobre una vieja terraza 
ante el golfo de Sorrento, 
un hombre abraza a una muchacha 
después de haber llorado. 
Tras aclararse la voz, 
vuelve a comenzar el canto: 

 “Te quiero mucho. 
Pero tanto, tanto… ¿sabes? 
Es casi como una cadena 
que funde la sangre de mis venas, ¿sabes?” 

 Vio las luces en medio del mar 
y pensó en las noches allí en América, 
pero eran sólo los faros de barcos 
y la blanca estela de una hélice. 

 Sintió el dolor en la música 
y se levantó rápidamente del piano… 
pero cuando vió la luna salir tras una nube, 
le pareció dulce hasta la muerte. 

 Miró en los ojos de la muchacha, 
aquellos ojos verdes como el mar… 
de repente apareció una lágrima 
y él se creyó ahogar. 

 “Te quiero mucho. 
Pero tanto, tanto… ¿sabes? 
Es casi como una cadena 
que funde la sangre de mis venas, ¿sabes?” 

 La fuerza de la lírica, 
donde cada drama es ficticio, 
que con un poco de maquillaje y con mímica 
puedes convertirte en otro. 

Pero dos ojos que te miran 
tan cercanos y sinceros 
te hacen olvidar las palabras 
y confundir el pensamiento. 

 Y entonces se vuelve todo más pequeño, 
incluso las noches allí en América, 
y miras atrás y ves tu vida 
como la estela de una hélice. 

 Y sí, es la vida que se acaba, 
pero él ya no pensaba tanto en ello. 
Al contrario, ahora ya se sentía feliz, 
y volvió a comenzar su canto: 

 “Te quiero mucho. 
Pero tanto, tanto… ¿sabes? 
Es casi como una cadena 
que funde la sangre de mis venas, ¿sabes?” 

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