martes, 21 de junio de 2011

Personas

Nunca he sido un chico que haya estado rodeado de muchas amistades. Mi timidez me lleva a tener dificultades para conocer a personas nuevas, y por un cúmulo de razones nunca me acostumbré a pertenecer a eso que llaman “un grupo de amigos”.

Cuando era un poco más abierto y tendía a confiar en todo el mundo, pensaba que tarde o temprano acabaría con una agenda llena de nombres y números. Pero el tiempo y la vida se encargaron de demostrarme lo contrario. Aunque nunca he sentido que necesitase tener mucha gente a quien recurrir. Nunca. Pero sí que he buscado tener cerca a una serie de personas que, aunque sé que no son muy numerosas, sí que me hacen estar seguro de que no tendré que seguir buscando cuando necesite de su ayuda.

Mi cabeza me ha dicho ya seriamente que piensa olvidarse de casi todos esos cumples que tenía grabados. Aunque no me guste reconocerlo, tiene razón cuando me intenta convencer de que no merece la pena. Mi círculo de amistades se reduce con el tiempo, y lo peor de todo es que no es algo que me quite ni un minuto de sueño.

Me sobra quien intenta hacer de cada una de mis alegrías e ilusiones algo muy pequeño. No entiendo esas ganas de quedar por encima siempre, no van con mi vida ni con mi forma de entender la felicidad.

Para ser sincero, no me interesan todas esas chicas que yo consideraba amigas, y que misteriosamente dejaron de dirigirme la palabra justo cuando conocí a la persona más importante de mi vida. Ésa no es la amistad que yo esperaba de ellas. Por mí pueden dejar de hablarme para siempre, y más si es para que empiecen cada conversación preguntándome si todavía sigo con ella. Pueden dejar de ridiculizarse cuando quieran.

Tampoco quiero en mi vida personas que no sepan decirme la verdad cuando hay que decirla, y esperen al momento más inesperado para soltármelo todo. Eso se puede llamar de muchas formas, pero para mí desde luego no es sinceridad ni tampoco es ir de cara. Me parece mezquino, no me interesa esa amistad de dobles caras, medias verdades y ataques repentinos.

Pero a todos ellos les estoy agradecido. Han conseguido que sepa valorar mucho más a quienes tengo a mi lado. Y también me han ayudado a recordar con una sonrisa en el alma a todas esas personas que de alguna forma dejaron huella en mi vida, aunque algunas se tuvieran que ir y alguna otra se haya ido sin quererlo.

Porque, aunque no piense en ello tanto como debería, tengo la suerte de tener amigos increíbles. Hay quienes harían cualquier cosa por mí si estuviera en problemas. Conozco a dos locas muy parecidas que van diciendo por ahí que son mis hermanas mayores. Otra de esas personas (odia la palabra “gente”) intercambió conmigo todos mis delirios de soledad cuando las cosas venían peor dadas y me encanta sentir que hoy por fin los dos sonreímos; en realidad pasamos muy poco tiempo juntos, pero creo que sonríe tan fuerte y tan merecidamente que casi puedo percibir cada vez que lo hace, me alcanza con sentirla feliz, la suya es una de las felicidades que más feliz me hacen. Con alguien tengo pendientes varios batidos y miles de conciertos; lo que tenemos es como una semilla de lo que va a ser una enorme amistad, algo que me preocupa mucho cuidar bien porque tiene que acabar siendo grande y fuerte. Incluso hay alguien que me ha dado una de las alegrías del año invitándome hace poco a presenciar el día más feliz de su vida. O esos dos que se empeñan en seguir quedando para cenar aunque sea entre semana, aunque sea cada tres meses, aunque siempre acabemos hablando de lo mismo. Y no me olvido de algunos que desde hace tiempo me demuestran que hay una gran diferencia entre ser compañeros de clase y buenos amigos, o que se puede estar a cientos de kilómetros, o incluso miles, y notarlos cada día casi casi a mi lado.

Uno de mis mayores orgullos es tenerlos en mi vida. Aunque sean muy poquitos, aunque no me dé para montar una gran fiesta entre todos, ni para llenar una agenda ni para ser el rey del Twitter.

No soy de ésos que están siempre encima de las personas que quiere. Necesito bastante libertad en ese sentido, también la doy, y tiendo de alguna forma a parecer descuidado con mis amigos. A parecerlo. Por eso suelo tener esa típica conversación de “Aunque no hablemos, no me olvido de ti”, adornada con frases de ese estilo que, en mi caso, son completamente sinceras. Aunque mentiría si dijese que todo el mundo ha sabido entender este tipo de amistad, sí que he comprendido perfectamente a quienes he acabado perdiendo porque pensaban que no me importaba su presencia en mi vida. Tampoco soy de los que se van detrás de las personas que han decidido irse. Prefiero disfrutar de quienes prefieren quedarse.

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