"Se ha vuelto loco", dijo su portera al verle salir, cabizbajo y ensimismado, con la apariencia esquiva y el caminar acelerado de un hombre que ha contraído deudas imposibles de pagar.
"Está siempre solo", añadió con enorme disgusto la dichosa portera, para después forzar una pausa que presagiaba un juicio definitivo, "y sin embargo, a veces se le ve estúpidamente contento... y además, ya sólo habla de amor".
(Ya sólo habla de amor, Ray Loriga)
Así empieza Ya sólo habla de amor. Sólo leyendo el primer párrafo ya sentí la necesidad de saber cómo continuaba. Descubrí hace poco a Ray Loriga y creo que me va a acompañar por una temporada, estoy deseando leer varias de sus obras. Me parece que tiene mucho que aportarme y ya está entre mis autores de cabecera. Si os animáis vosotros también a entrar en su mundo, lo mejor que podéis hacer es empezar consultando en BuscarLibros, el mejor buscador que conozco de este tipo. Además, las personas que hay detrás del proyecto son encantadoras y lo llevan con la mayor ilusión.
Existe una leyenda griega que habla de Eco, una ninfa alegre y juguetona. Su voz era tan bonita que la diosa Hera se pasaba horas mirándola bailar y cantar. Pero mientras esto sucedía, Zeus, el esposo de Hera, aprovechaba para tener aventuras con las otras ninfas del lugar. Cuando esto llegó a oídos de Hera, la diosa ardió en cólera. Como no podía pagar su furia con Zeus, rey de los dioses, decidió condenar a Eco para evitar que también le traicionase con ella al igual que había hecho con otras tantas ninfas. Y su castigo fue dejarla para siempre sin su mayor atractivo: su voz y su alegría. A partir de ese momento, la joven sólo sería capaz de repetir las últimas sílabas de cada frase que escuchaba, y jamás podría expresar sus sentimientos, fuesen cuales fuesen. Eco, sumida en su tristeza, huyó al campo, donde se refugió en una cueva cercana a un riachuelo.
Narciso era un joven de una belleza increíble. Tal era su atractivo, que un conocido adivino aconsejó a su madre que retirara todos los espejos de su casa, de forma que el joven Narciso jamás viese su imagen reflejada, pues las consecuencias serían fatales. Así lo hizo, y el chico creció sin ser consciente de su propia belleza. Esto le hizo alejarse de la vida social, y no era difícil verle paseando en solitario por los parajes de la zona.
Una vez, Narciso pasó cerca de la cueva donde se había exiliado Eco. La ninfa le vio y se enamoró de él al instante. Desde ese momento, Eco se sentaba cada día en el mismo lugar a esperar el paso del joven sin que él advirtiese su presencia. La lluvia, el frío… nada le importaba tanto como para impedir que su esperanza se llenase de él una tarde más. Cierto día, Narciso se detuvo a observar las cristalinas aguas del pequeño río que pasaba junto a la cueva de Eco, y se quedó absorto contemplando su propio reflejo después de toda una vida sin poder hacerlo. La belleza que a sí mismo se despertaba le hizo frecuentar ese riachuelo, lo cual hacía feliz a la ninfa, que podía ver a su amado casi a diario.
Pero una tarde, mientras le observaba admirada, no se dio cuenta y pisó una rama. El sonido al romperse hizo que Narciso se girase y descubriese a Eco allí, sentada donde siempre se escondía. Entonces él le preguntó su nombre, se interesó por el motivo de que estuviese allí, quiso saber más cosas de la joven que un día fue capaz de alegrar a los dioses… pero ella, víctima de su castigo, sólo pudo responderle con las últimas palabras que él iba pronunciando al preguntar. Esto despertó las carcajadas de Narciso, que la tomó por loca y no la tomó en serio. Eco rompió a llorar y corrió hacia su cueva, de donde jamás volvió a salir. Cuentan quienes pasan por allí que todavía se escucha la voz de la joven enamorada, repitiendo las últimas palabras que escuchó de él: “Qué tonta… Qué tonta...".
Narciso nunca supo que el corazón de Eco ardía cada vez que él estaba cerca. Sólo acertó a burlarse de ella y no se dio cuenta de que, aun estando privada de su capacidad de expresarse, le estaba diciendo todo lo que su corazón le dictaba cada vez que le veía. Ni siquiera su condena estaba siendo capaz de evitar que de sus labios brotasen las palabras más bellas, pronunciando entre lágrimas la declaración de amor más triste del mundo…
(DIEGO GARCÍA)
- ¿Quién eres tú, niña loca?
- Niña loca… Niña loca… - Muero antes que darte un beso.
- Darte un beso… Darte un beso… - Quiero estar solo en el río.
- En el río… En el río…
- ¿No pensarás que te quiero?
- Te quiero… Te quiero… Te quiero… Te quiero… Te quiero… Te quiero…