A las tres y media me dijo que tenía que irse, que había quedado con su hermana en Ginza. Los dos caminamos hasta la estación del metro y allí nos despedimos. En el instante de separarnos, ella me introdujo una hoja de papel doblada en cuatro en el bolsillo del abrigo. Me dijo que la leyera al regresar a casa. La leí en el tren...
“Hoy me has hecho algo terrible. No te has dado cuenta siquiera de que me he cambiado el peinado, ¿verdad? Después del tiempo que he tardado en dejarme crecer el pelo, a finales de la semana pasada por fin logré hacerme un peinado más o menos femenino. Pero tú no te has dado cuenta. Y yo que pensaba que estaba bastante mona y que, después de estar tanto tiempo sin vernos, te sorprenderías..., pero no te has fijado. Esto es el colmo, ¿no crees? Quizá no recuerdes qué ropa llevaba puesta. Yo soy una chica. Por más cosas que tengas en la cabeza, ¡podrías prestarme un poco más de atención! Hubiera bastado con una frase del estilo: "Te sienta muy bien este peinado". Te hubiera perdonado que fueras a la tuya, que pensaras en qué sé yo.
Por esto, te he dicho una mentira. No es cierto que haya quedado con mi hermana en Ginza. Hoy pensaba pasar la noche en tu casa. Dentro del bolso llevo el pijama y el cepillo de dientes. ¡Ja, ja, ja! parezco idiota. Si no me has invitado... En fin, te importo un rábano y, por lo visto, quieres estar solo, así que te dejaré en paz. Quémate las cejas pensando en lo que te dé la gana.
No creas que estoy enfadada contigo. Sólo estoy triste. Porque tú has sido muy amable conmigo y, a cambio, no he sabido ayudarte. Tú siempre estás encerrado en tu propio mundo y, cuando llamo a la puerta, "toc, toc", te limitas a levantar la cabeza antes de volver a encerrarte.
Ahora te acercas con las Coca-Colas. Parece que tengas la cabeza en las nubes. He deseado que tropezaras, pero no te has caído. Ahora acabas de sentarte a mi lado, te estás bebiendo la Coca-Cola a sorbos. Deseaba que al volver hubieras caído en la cuenta y al fin me dijeras: "¡Anda, pero si te has cambiado de peinado!". Pero no ha habido suerte. Si te hubieras fijado, hubiera roto esta carta y hubiera dicho: "Vámonos a tu casa. Te haré una buena cena. Y luego nos iremos a la cama los dos muy juntitos". Pero eres tan insensible como una plancha de hierro.
Adiós.
P.D. A partir de ahora, aunque me veas en clase, haz el favor de no dirigirme la palabra.”
[...] Cuando telefoneé al apartamento de Midori, volvió a ponerse su hermana, y esta vez me dijo que Midori no había aparecido desde el día anterior y me preguntó si yo tenía idea de dónde podía estar. Lo único que yo sabía era que llevaba un pijama y un cepillo de dientes en el bolso.
[…] La vi en la clase del miércoles. Vestía un jersey del color de la Artemisa y las gafas oscuras que solía llevar en verano. Me acerqué y le dije que, después de la clase, quería hablar con ella. Efectivamente, el peinado de Midori era mucho más femenino que tiempo atrás.
- He quedado. –negó con la cabeza.
- No te entretendré mucho. Sólo serán cinco minutos. –dije.
Midori se quitó las gafas y entornó los ojos. Parecía estar mirando una casa en ruinas a cien metros de distancia.
(Tokio blues, Haruki Murakami)
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