lunes, 16 de julio de 2012

Midori

  Midori y yo abandonamos el local y paseamos por el barrio. Recorrimos las librerías de viejo y compramos varios libros, entramos en otra cafetería y tomamos otra taza de café, jugamos a la máquina del millón en un salón recreativo, nos sentamos en el parque y charlamos. En general, ella era la que hablaba; yo me limitaba a asentir. Midori me dijo que estaba sedienta y fui a una pastelería del barrio a comprar dos Coca-Colas. Mientras tanto, ella garabateó algo con un bolígrafo en un bloc. Al preguntarle de qué se trataba, me respondió que no era nada importante.

  A las tres y media me dijo que tenía que irse, que había quedado con su hermana en Ginza. Los dos caminamos hasta la estación del metro y allí nos despedimos. En el instante de separarnos, ella me introdujo una hoja de papel doblada en cuatro en el bolsillo del abrigo. Me dijo que la leyera al regresar a casa. La leí en el tren...


  “Hoy me has hecho algo terrible. No te has dado cuenta siquiera de que me he cambiado el peinado, ¿verdad? Después del tiempo que he tardado en dejarme crecer el pelo, a finales de la semana pasada por fin logré hacerme un peinado más o menos femenino. Pero tú no te has dado cuenta. Y yo que pensaba que estaba bastante mona y que, después de estar tanto tiempo sin vernos, te sorprenderías..., pero no te has fijado. Esto es el colmo, ¿no crees? Quizá no recuerdes qué ropa llevaba puesta. Yo soy una chica. Por más cosas que tengas en la cabeza, ¡podrías prestarme un poco más de atención! Hubiera bastado con una frase del estilo: "Te sienta muy bien este peinado". Te hubiera perdonado que fueras a la tuya, que pensaras en qué sé yo.

  Por esto, te he dicho una mentira. No es cierto que haya quedado con mi hermana en Ginza. Hoy pensaba pasar la noche en tu casa. Dentro del bolso llevo el pijama y el cepillo de dientes. ¡Ja, ja, ja! parezco idiota. Si no me has invitado... En fin, te importo un rábano y, por lo visto, quieres estar solo, así que te dejaré en paz. Quémate las cejas pensando en lo que te dé la gana.

  No creas que estoy enfadada contigo. Sólo estoy triste. Porque tú has sido muy amable conmigo y, a cambio, no he sabido ayudarte. Tú siempre estás encerrado en tu propio mundo y, cuando llamo a la puerta, "toc, toc", te limitas a levantar la cabeza antes de volver a encerrarte.

  Ahora te acercas con las Coca-Colas. Parece que tengas la cabeza en las nubes. He deseado que tropezaras, pero no te has caído. Ahora acabas de sentarte a mi lado, te estás bebiendo la Coca-Cola a sorbos. Deseaba que al volver hubieras caído en la cuenta y al fin me dijeras: "¡Anda, pero si te has cambiado de peinado!". Pero no ha habido suerte. Si te hubieras fijado, hubiera roto esta carta y hubiera dicho: "Vámonos a tu casa. Te haré una buena cena. Y luego nos iremos a la cama los dos muy juntitos". Pero eres tan insensible como una plancha de hierro.

  Adiós.

 P.D. A partir de ahora, aunque me veas en clase, haz el favor de no dirigirme la palabra.”



 [...] Cuando telefoneé al apartamento de Midori, volvió a ponerse su hermana, y esta vez me dijo que Midori no había aparecido desde el día anterior y me preguntó si yo tenía idea de dónde podía estar. Lo único que yo sabía era que llevaba un pijama y un cepillo de dientes en el bolso.

 […] La vi en la clase del miércoles. Vestía un jersey del color de la Artemisa y las gafas oscuras que solía llevar en verano. Me acerqué y le dije que, después de la clase, quería hablar con ella. Efectivamente, el peinado de Midori era mucho más femenino que tiempo atrás.
- He quedado. –negó con la cabeza.
- No te entretendré mucho. Sólo serán cinco minutos. –dije.
Midori se quitó las gafas y entornó los ojos. Parecía estar mirando una casa en ruinas a cien metros de distancia.

 (Tokio blues, Haruki Murakami)

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miércoles, 11 de julio de 2012

Lo perdí programando mi gran evasión. . .


¿Qué se siente al ser tan joven?
Dime qué se siente cuando no se ve el final.
¿Qué se siente al ser tan libre?
Dime qué se siente cuando vuelas sobre el mar.
Debe ser tan increíble… No consigo recordar…

Lo olvidé entre proyectos de sublevación,
entre pobres achaques de sinceridad.
Lo perdí programando mi gran evasión,
entre altivos delirios de seguridad.

¿Qué se siente al ser tan joven?
Dime qué se siente en pleno caos emocional.
¿Qué se siente al ser eterno?
Dime qué se siente cuando el tiempo está de más.
Debe ser tan increíble… No lo puedo recordar…

Lo olvidé entre proyectos de sublevación,
entre pobres achaques de sinceridad.
Lo perdí programando mi gran evasión,
entre altivos delirios de seguridad.

Hoy pensé que podía volver a pasar.
Hoy soñé que tenía otra oportunidad.
Y subía y subía sin mirar atrás…
y moría en el mar de la tranquilidad.

¿Qué se siente al ser tan joven?
¿Qué se siente al ser tan joven?

Lo olvidé entre proyectos de sublevación,
entre pobres achaques de sinceridad.
Lo perdí programando mi gran evasión,
entre altivos delirios de seguridad.

Hoy pensé que podía volver a pasar.
Hoy soñé que tenía otra oportunidad.
Y subía y subía sin mirar atrás…
y moría en el mar de la tranquilidad.

¿Qué se siente al ser tan joven?
Dime qué se siente en el vacío celestial.



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viernes, 6 de julio de 2012

La única noche


Cuando salieron del restaurante, parecían la mejor pareja de toda la ciudad.

Han pasado varias horas desde la medianoche. Se siente el único hombre despierto del mundo, y quizá lo sea. En el otro lado de la cama, ella. Cada vez que la mira, se pregunta cómo es posible que ahora suene tan leve esa respiración que hace muy poco tiempo lo inundaba todo.

Tal es el silencio de la noche, que alguien ha hecho funcionar el ascensor y el ruido ha sonado como un estruendo por todo el edificio. No ha llegado a despertarla, pero ha murmurado algo en sueños mientras se giraba para colocarse de cara a él. Y ahora él vendería su alma a todos los relojes del mundo por que esta noche se detuvieran para siempre. Es lo más bonito que ha visto en su vida.

Y sonríes sólo durante un segundo o dos.
Y te duermes, y no puedo dormir yo.

Casi treinta grados en la calle y bajo cero en la habitación. No conocía esa sensación. Es el frío del miedo, del futuro incierto, del corazón helándose, de las noches pasando como trenes que esperas toda la vida y jamás vuelven.

Ayer, en su casa mientras repasaba las pocas fotos que tenía de ella, se preguntaba qué se sentiría al cogerla de la mano, a qué olería su pelo, cómo de suave sería la piel de su espalda, a qué sabrían sus suspiros, si sus ojos serían de cerca tan de mentira como le habían parecido todo este tiempo... Cuando amanezca y regrese a casa, habrá cambiado de golpe todas sus preguntas por una sola…

¿Qué será ahora del resto de sus noches?

Me dijiste en la cena: “Mañana se acabó,
esta noche es un regalo y un adiós”.
Nunca volveré a escuchar este ascensor.


La única noche by McEnroe on Grooveshark
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