viernes, 31 de agosto de 2012

Medir el mundo con farolas



Recojo en la ventanilla el billete que había reservado, monto en el autocar nocturno. Es el medio de transporte más barato para ir a Takamatsu. Unos diez mil yenes y pico. Nadie se fija en mí. Nadie me pregunta la edad. Nadie se me queda mirando. Únicamente el revisor inspecciona mi billete con gesto mecánico. Sólo hay una tercera parte de los asientos ocupada. En su mayoría, los pasajeros viajan solos, como yo, y el interior del autocar está sumido en un silencio extraño. El camino hasta Takamatsu es muy largo. Según los horarios del autocar, son unas diez horas de viaje, llegaremos allí por la mañana temprano. Pero a mí el tiempo no me importa. Yo ahora lo tengo a espuertas. Cuando, a las ocho pasadas, dejamos la terminal de autobuses, inclino el respaldo del asiento y me duermo. En el preciso instante de hundirme en él siento cómo se me va debilitando la conciencia, igual que si se me hubieran agotado las pilas.

Poco antes de medianoche empieza a llover a cántaros. De vez en cuando me despierto y, a través de las cortinas baratas, contemplo la autopista en la noche. Las gotas de lluvia azotan con estrépito la ventana, emborronan la luz de las farolas que hay al borde del camino. Están plantadas a intervalos regulares, parece que miden el mundo hasta el infinito. Una nueva luz se acerca y, un instante después, ya se ha convertido en una luz vieja a mis espaldas. Me doy cuenta de que ya han dado las doce de la noche. Y, de manera automática, como si se me acercara de frente, hace su aparición el día de mi decimoquinto cumpleaños.

(Kafka en la orilla, Haruki Murakami)

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viernes, 10 de agosto de 2012

And one of these days. . .


So fortune cookies would say 
that changes are coming 
and one of these days 
the blue will be blue, 
and not just a shade of grey.



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domingo, 5 de agosto de 2012

Vente. . .




Esta noche va a ser difícil dormir. Esta noche hay algo que le da vueltas por todo el cuerpo. Algo que, en esas miles de vueltas, cuando pasa por su cabeza hace que se sienta la peor persona del mundo, y cuando pasa por el corazón la hace arder de ganas, arder de vida.

¿Y qué más da si no es lo que debería hacer? ¿Qué importa la opinión de la gente cuando tus latidos comienzan a acompasarse con los de otro corazón? ¿Por qué todo el mundo le aconseja que se desenganche de él, si es precisamente eso lo que le da la vida? ¿No se trataba de vivir?

A veces la convencen sus amigas y ella vuelve a lo real, a lo tangible. A la tranquila rutina de no complicarse la existencia. Al camino recto, al sofá de cada día y la cama fría de cada noche. A veces tienen razón ellas, a veces se conforma con estar bien y nada más.

Pero esta noche, no.

No me importa si contagio mi sangre, 
porque cuando veo tus ojos todo arde 
y me consumo despacio por tocarte.



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