domingo, 13 de enero de 2013

Palabras que apagan incendios


 No sé exactamente cuándo me di cuenta de que escribir se había convertido en una forma de vida para mí. En el colegio, estudiando Secundaria, recuerdo a una compañera robándome cada semana mi archivador para leer las frases bonitas que se me iban ocurriendo y que escribía en las páginas de cartón que separaban cada asignatura. Ya en el instituto y en la universidad, no era difícil encontrar entre mis apuntes de vez en cuando alguna hoja con ideas o versos que se me iban ocurriendo, o directamente un relato en sucio lleno de tachones y de correcciones interminables, con flechas reordenando párrafos y sinónimos apuntados en el margen para evitar repetir palabras. Luego me di cuenta de que dos de mis objetivos en la vida (publicar un libro de relatos y aprender a tocar la guitarra para construir mis propias canciones) estaban muy relacionados con mi obsesión por la palabra escrita. Pero no, no sé cuándo comenzó todo, supongo que me cuesta encontrar el momento exacto en el que empiezan a ocurrir ciertas cosas en mi vida.

 Lo que sí sé es el motivo. Creo que las personas nacemos con el impulso natural de expresarnos, de que el mundo sepa lo que queremos o lo que sentimos. Como si se tratase de una necesidad básica más, como dormir, como comer. O como amar y ser amados, que siempre ha sido la primera en mi planeta. Puede entonces que ahí comience todo, porque la verdad es que soy un desastre comunicándome de las formas más habituales. Hasta hace poco, mi odio a hablar por teléfono era mundialmente conocido. Y desahogarme delante de amigos nunca ha sido mi estilo, disfruto mucho más escuchando la vida de la gente que contando la mía, lo cual convierte a veces mis conversaciones con amigos en algo bastante desequilibrado donde mi voz no se escucha más del diez por ciento del tiempo. Para colmo, cuando tengo delante a alguien que consigue el milagro de acelerarme el corazón, se me derrite la mirada en la suya y soy incapaz de demostrar que me muero por saberlo todo sobre su persona. Y entonces tiendo a pensar que cualquier cosa que le cuente le parecerá una tontería, y de repente me convence la idea de que parecer tonto es mucho mejor que demostrarlo. Y sí, es justo en ese momento cuando parezco un absoluto e inexpresivo idiota. Así que, tal y como están las cosas, no parece muy raro que ésta sea la mejor forma de expresión que he encontrado.

 Estoy cansado de ver a gente que merece cosas y no las tiene. Una de las personas que siempre querré cerca dice que yo nunca quiero llevarme el mérito de nada, y debe de ser verdad porque yo aún no he conseguido averiguar dónde está lo bueno de acumular méritos. Por eso siempre que alguien me dice que le ha gustado algo que he escrito, acabo pensando que lo ha debido de entender mal, que el texto le ha transmitido cosas que yo no pretendía decir. Me cuesta aceptar la idea de que realmente he llegado a tocar la sensibilidad de alguien o que he podido transportar a esa persona al paisaje que yo tenía en la cabeza antes de escribir una historia. Aun así, no puedo evitar sentirme la persona más llena del mundo cuando alguien me dice que he conseguido que sienta cositas a través de las palabras. O cuando ocurre algo como lo de hace unos meses: escribí un pequeño relato a partir de una canción de uno de mis grupos favoritos y, poco después, recibí un mensaje de los miembros de la banda diciéndome que les había encantado. Uno no escribe para llegar a eso, pero sin duda hay cosas que le dan más motivos aún a lo que se hace.

 De alguien que le da mil vueltas a todo no se puede esperar otra cosa: a cada palabra que escribo no le doy mil, sino un millón de repasos. Además, padezco demasiadas veces de lo que yo llamo “síndrome de las noches valientes seguidas de mañanas realistas”, que consiste en escribir auténticas parrafadas antes de acostarme, y que luego a la luz del día me parezcan absolutas tonterías. Así es como se quedan miles de palabras abandonadas para siempre en folios y así es como la tecla “borrar” de mi portátil acaba perdiendo hasta el dibujo.

 Una vez escuché a Enrique Urquijo (mi referente artístico número uno desde siempre) decir que si sus composiciones eran siempre tristes no era porque él estuviese siempre así, sino porque cuando se sentía bien lo que le apetecía era disfrutarlo, no ponerse a escribir. Yo llegué a pensar que me ocurría algo parecido, pero no es así. A mí lo que me pasa es que la felicidad no me inspira nada. Lo cual no quiere decir que no crea en historias felices ni que no me guste escribirlas, sino que me siento más a gusto si el decorado tiene algo de oscuridad, aunque la escena principal sea luminosa. También reconozco ser algo monotemático, y es que a mí me pasa como al de la novela de Ray Loriga: sólo sé hablar de amor. Pero el amor tiene tantos nombres, tantas formas, tantas demostraciones, que nunca he llegado a sentirme repetitivo. Por eso es lo más grande que existe (a veces creo que si el amor se cansase de este mundo y decidiese desaparecer, el planeta dejaría de girar y nos caeríamos todos… hasta tal punto llega mi tontería).

 Con todo esto, siempre acabo pensando que en el fondo lo que escribo es para mí. Que cuando acabo un texto y lo publico en estas páginas azules lo hago sólo para dejar de pensar en cómo mejorarlo (mi perfeccionismo crónico). Pero sobre todo, lo que acabo pensando es que éste es mi camino, el que voy a seguir toda mi vida, y que es mi mejor forma de sacar fuera lo que me arde dentro. Palabras que apagan incendios.

Diego García
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4 comentarios:

  1. Me encanta. Una vez más me veo sonriendo ante alguna que otra frase pensando: "Ya está Diego metiéndose en mi cabeza, y escribiendo sobre mis pensamientos." :)
    Sólo puedo decirte que sigas, que sigas escribiendo para ti, pero que le sigas dando a publicar en estas páginas azules ;)

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  2. A mí me encanta tu escritura, diferentes formas de escribir sobre el mundo, la vida, el amor...

    yo soy escritora impulsiva, nunca repaso ni corrijo lo que escribo,
    yo lo lanzo y ya.

    Hay tantos tipos de escritor...

    Sigue escribiendo y contándonos cosas como esta, a mí personalmente me ha encantado :)

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  3. Encontré este blog de casualidad y la verdad es que no me arrepiento. Tienes una forma de escribir que engancha. En realidad no importa de lo que se hable sino de ser capaz de transportar al lector.

    A mí también me pasa que la tristeza me inspira escribir más que la felicidad, o que me gusta la pose de atormentada, no lo sé. P.S. Tienes muy buen gusto musical.

    Ánimo y sigue escribiendo, saludos desde León.

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  4. Simplemente gracias por compartilo y hacernos participe de tus pensamientos

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