“Hoy estaba más callado”, piensa mientras camina por el andén al compás de sus botas de tacón. Todavía no se han cerrado las puertas de los vagones y ahí dentro se ha quedado él, como un tonto, esperando a que el metro se ponga ya en marcha para conseguir verla al menos una vez más antes de que desaparezca entre los pasillos de la estación.
“Estaba más nervioso que de costumbre, como si algo hubiera cambiado en su interior. Diría que había hasta un poco de miedo en su mirada, como si de repente se hubiese asustado…”, apunta para sí misma al tiempo que atraviesa la avenida que lleva hacia su casa sin mirar si pasan coches, como hace siempre. “Bueno, serán cosas mías… Pero es tan raro… Cualquiera sabe en qué está pensando cuando me mira o cuando no dice nada.”
Al doblar la última esquina y ver su portal, comienza a buscar las llaves por el bolso. Pero en el momento de meter la mano, nota que algo vibra entre todas sus cosas. Se olvida de lo que buscaba y se centra en encontrar su teléfono móvil, para justo después leer las palabras que lo cambiaron todo…
Si un día, por no poder darte todo, tengo que darte por perdida…
…cuando mis manos olviden el olor de tu perfume y para sentir tu pelo tenga que acariciar mis sueños más inconscientes, los que nunca tuve el valor de borrar…
…el día que no vuelvan a chocar nuestras caras ni me tiemble el alma con el temblor del saludo de tu voz…
…cuando la verdad me grite cada noche hasta despertarme, cuando le pregunte a las mañanas para qué sirven los días…
…si me cierras el grifo de las cosas que nadie entiende…
…cuando el amor juguetee a sonreírme en bocas que me ofrezcan lo que yo sólo quiero tener de la tuya…
…si tengo que aprender algún día a conformarme con las cosas que llevo toda la vida rechazando por mi enfermiza manía de creer sólo en princesas de barrio con ojos de cuento…
…cuando ni siquiera mis dibujos sepan encontrarte entre mis tardes por Madrid, cuando las semanas pasen como un caprichoso lunes y recordarte sea saltar al vacío...
…el día que me sueltes la mano, descienda de tus nubes hasta el suelo y mi caída sea silenciosa, como si me convirtiese en algodón, porque yo nunca he sabido hacer ruido en tu vida…
…si mis latidos y tus “Te quiero” jamás llegan a conocerse…
…cuando de repente caduquen esas incomprensibles ganas que tuviste de descubrirme, si vacías mi vaso y eliges por fin el camino correcto…
…cuando decidas dejar de ser mis mejores días y deshagas mis maletas, sólo te reclamaré dos promesas: que no me pidas que mi vida sea como antes de cruzarme con tu mirada y que tu cabeza jamás sea capaz de convencerte de que a mi lado no hubieras sido feliz.
Diego García
"Quizás tenga más suerte
y me regalen otra vida
en la que pueda conocerte
con más detenimiento…"
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