lunes, 29 de julio de 2013

Ascensores prohibidos

Pues sí. Hoy se ha puesto a pensar, y eso nunca acaba muy bien. Ha mirado al suelo y ha empezado a seguir sus propias huellas hasta que ha llegado a sus días felices, los que parecían mucho más cortos. Aquéllos en los que no hacía tanto frío y era más fácil dormir. Los días con ella.
La quiso como quien se enamora de una nube, encontrando en ella formas maravillosas que sólo él era capaz de ver, pero con miedo a acostumbrarse y que un golpe de viento le alejase de su inolvidable mirada para siempre. La quiso con la inconsciencia de quien no mira el reloj para que el tiempo no pase. La quiso más allá de la realidad.
Ahora vive más tranquilo, pero es una tranquilidad venenosa. La de saber que el teléfono no va a sonar, que su nombre no va a aparecer en mitad de sus días y que ya no va a haber más “problemas”. Esta tranquilidad que no es mejor que las noches entre lágrimas y sueños rotos, porque esta tranquilidad, a diferencia de aquellas noches, ni siquiera tiene la decencia de terminar cuando comienza un nuevo día.
Y así es como pasa su vida. Perdiendo al escondite contra el amor. Jugando a imaginarse feliz con otras chicas que ni son ella ni son tan buenas actrices como para saber interpretar su papel. Y nunca se lo dice a nadie, pero le encantaría que alguna se presentase a media mañana de cualquier lluvioso día de Octubre o Noviembre con un paraguas amarillo y unas buenas botas de agua, dispuesta a arrancarle de su aburrido lugar de trabajo para llevarle a hacer la única cosa que desea desde hace casi dos años: sonreírle al mal tiempo.
Luego llega a casa y se da cuenta de que no es justo. Que no tiene derecho a pedir por ahí lo que la vida le ha quitado. Y su maldita cabeza, que ya no hace caso a nadie, se empeña en viajar una y otra vez a esa playa. A aquel verano en el que cualquier cosa que no cupiera entre sus suspiros y los de ella carecía de valor. La recuerda sonriendo desde el agua y se muerde los labios cuando le parece estar sintiendo sus besos en la orilla. Y vendería su vida a cambio de un segundo de aquella noche en la que apagaron sus móviles y de repente, por una vez, pareció que nadie les miraba.
Por eso a veces tiene noches como la de hoy, en las que hace tanto frío que apenas importa que el invierno acabase hace ya casi tres meses. Mañana le costará colocarse las lentillas, pero lo hará, y volverá a salir el sol para recordarle que ya no brilla como antes, como cuando los días empezaban con su voz de niña tarareando cualquier canción que había escuchado en la tele o con su pelo largo rompiendo filas por la almohada. Como esos días en los que nada de lo que hubiera ahí fuera importaba tanto. Porque… sí, ella hizo muchas cosas mal, muchísimas, pero el único error que él cometió fue aún más grande: creyó que la vida continuaría sin el olor de su piel al amanecer.

Mientras tanto, a demasiadas vidas de distancia, ella pone el despertador a las 7:00. Como todos los días. Guarda las gafas y el corazón en la mesilla de noche, como todos los días. Y como todos los días, vuelve a compartir su cama con el cuerpo equivocado.
Al principio sentía la amargura de la peor de las traiciones, la que alguien comete contra sus propios ideales. Pero eso ya no le importa mucho, quizá porque ella misma también es la persona equivocada, algo así como una mujer disfrazada de otra.
Porque hace tiempo decidió caminar por el sendero marcado. Dejarse de locuras y ser una chica normal, como le dijo su madre. Y regalarle su vida a un hombre entre tantos. Alguien que nunca le preguntará por él. Un hombre que nunca querrá enterarse de si en algún momento llegó a conocer la verdadera felicidad y sus despertares se incendiaron de vida. Que no sabrá si alguna noche de verano, quizá como la de hoy, su pelo se llenó de arena y su cuerpo olió a mar. 

Diego García

"Me moriré de ganas de decirte
que te voy a echar de menos"

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