lunes, 29 de octubre de 2012

Caminos erróneos

 Lo amaban, ni más ni menos, y se sacaba cada mañana las espinas del sueño. Juraba y maldecía, y se enredaba en la alambrada de la mansa rutina. Vivía como tú o como yo, los viernes por la noche iba a buscar a su amor. Fumaba tranquilo, planeaba la semana… y ella le arrancaba el cigarro y lo besaba. Y un día lo mordió el virus del miedo, entendió que las mujeres nunca tienen dueño, y temió que ella marchase, que se agotase el manantial sin un porqué. Venció el miedo y faltó a la última cita. No descolgó el teléfono que aullaba en la mesilla, y el temor a la derrota lo agarrotó como un calambre, sin un porqué. 

 Duro, intenso y precario, se enfrentaba cada día al oleaje en el trabajo. Y una mañana, la cobardía lo paralizó en la puerta y no entró a la oficina. 

 Volvía a despertar, y empezaba el periódico, como tantos, por detrás. Vio y sintió la noche del planeta y su desastre, tuvo miedo y decidió no salir a la calle. 

 Y ahí lo tienes, encerrado en casa. Temblando como un niño, sellando las ventanas para no ver ni escuchar, sentir, notar la vida estallando fuera. Por miedo a sentir miedo, fue a la cama. Como una oruga se escondió y, envuelto entre las mantas, se durmió. Hizo humo el sueño y se olvidó del mundo por miedo a despertar. 

 Aún sigue dormido. Pasaron los inviernos y aún sigue escondido, esperando que tu abrazo le inocule la vacuna y elimine el virus del miedo y su locura.

(Ismael Serrano)


   
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