martes, 22 de mayo de 2018

París (sin nosotros)




Hace unos días, paseando por Madrid, encontramos un álbum de fotos abandonado. Como a ti te encanta imaginar historias sobre personas y lugares desconocidos y yo necesito muy poco para convertir la vida en letras, nos sentamos en aquel banco para ver lo que había dentro.

París (Octubre de 1990), habían escrito en la primera página. Alguien había viajado a la ciudad más romántica del mundo para celebrar que acababas de nacer, que ya no había muros en Berlín, que Argentina había perdido otra vez la final del Mundial... O quién sabe si quizás era mucho más simple y al final todo se reducía a que alguien estaba lo suficientemente loco como para enamorarse y, en ésas, decidir que sólo París era digna de ver cómo se miraban sonreír mientras paseaban de la mano.

Alguien. Probablemente el mismo alguien que se había encargado de vaciar casi la mitad de los huecos del álbum; y es que en sus páginas sólo quedaban fotos en las que no posaba nadie, no sonreía nadie, no se besaba nadie. Estaba claro que todas las imágenes en las que quedaba algún rastro de amor habían sido despegadas y nosotros, inocentes y entrometidos, nos habíamos quedado sin saber qué fotografías habían decidido quitar y sin verlos abrazados para protegerse del frío otoño parisino, ilusionados en la puerta del Louvre o haciendo el amor en el hotel.

Habían decidido arrancar los sentimientos de allí y de repente la Torre Eiffel, el Sena, Notre Dame y los Campos Elíseos parecían más vulgares que nunca. Sobrecogía comprobar cómo, foto tras foto, la ciudad de la luz se convertía en la ciudad más triste del planeta, un lugar al que nadie en su sano juicio querría ir.

Al volver a casa, miraba al cielo mientras pensaba en encontrar alguno de esos aviones que no hemos tomado, en todos los viajes para dos que he deseado y no hemos tenido, en la herida que dejan las cosas que siempre has querido y nunca llegan, en la esperanza de vida media de una ilusión. Pensé en todas las veces que he rechazado ir a París porque ninguna era contigo y en todas las ciudades en las que no te he desnudado. Y yo, que creo que todos los suelos del mundo deberían conocer al menos una vez tu ropa interior, te juro que de repente me he dado cuenta de las pocas veces que en la vida tenemos lo que merecemos.

Y me asusté un poco al comprender que nada que no cuides dura para siempre, ni siquiera París. También las ciudades se nos acaban y, como ocurre con las personas que amamos, corren el peligro de parecer vacías si dejamos que el fuego se apague.

Diego García B.

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