Dicen que no paramos de soñar. Que cada noche lo hacemos varias veces y de mil formas diferentes, y que lo que recordamos no es más que una pequeña parte de ellos. Hay estudios que cuentan que sólo somos capaces de recordar lo último que soñamos, lo más cercano al despertar.
Cuando era pequeño, tenía uno recurrente. Saltaba por la ventana y, justo antes de llegar al suelo, planeaba y conseguía alzar el vuelo. Ni sé ni me importa mucho saber qué significa este tipo de sueños, ni siquiera tengo ninguno de esos libros que creen que lo saben todo sobre ensoñaciones, deseos, anhelos... Pero sí que recuerdo haberme despertado así muchísimas veces. Con la sensación de haber surcado el cielo.
También recuerdo que, cuando me dolía la garganta, soñaba con bolas llenas de aristas y de picos, y sentía que era eso lo que me hacía daño. Cuando me dormía con dolores ya sabía que iba a soñar con algo así, y trataba de retrasarlo lo máximo posible.
Ahora ya me resulta más difícil saber cada mañana con qué he soñado. Quizá por eso cada vez valore más el hecho de poder recordarlo. Pero la sensación no siempre es buena.
Hace unas semanas, soñé que perdía lo más bonito que tengo. Me desperté de golpe con esta canción en la cabeza, todavía no sé muy claramente por qué. Pero hay algo que sí puedo asegurar. Si vuelvo a amanecer con la sensación de que ella se ha ido de mi vida, no pienso volver a dormir jamás.
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Yo soy más de las que sueñan con los ojos abiertos, y estoy casi segura que en eso también nos parecemos.
ResponderEliminarP.d. Me ha hecho gracia lo del libro de sueños, a mi me regalaron uno una vez, pero creo que nunca lo he abierto, y ya le he perdido la pista jeje