The world is a bad place,
a bad place,
a terrible place to live…
but I don’t want to die.
Hace pocos días, pude disfrutar del mayor placer que tiene
la vida de antiguo universitario: las tardes dedicadas a los amigos que conocí
allí. No soy una persona que suela estar siempre rodeada de amigos. Lo sé, lo
entiendo y casi nunca lo he lamentado mucho, quizá porque con los años he crecido
viendo cómo las personas más importantes para mí cambiaban de colegio, de barrio,
de ciudad, de país. El número de amigos imprescindibles en mi vida no llega a
las dos cifras, pero tengo claro que las tres personas que había junto a mí esa
tarde están en ese grupo.
No somos nada originales, hablamos siempre de lo mismo. Por
ejemplo, de los cinco años que pasamos juntos día tras día compartiendo
nervios, sonrisas, preocupaciones, ilusiones, tristezas… Compartiendo emociones.
Aparecen nombres de profesores que ya casi no recordaba, asignaturas que fui
aprobando una tras otra… y entonces empieza a oler a facultad y parece que
después de cualquiera de esas anécdotas nos vamos tener que levantar corriendo
de la mesa porque empieza ya la clase y tenemos que buscar cuatro sitios
juntos. Sé que sienten lo mismo que yo cuando hablan de todo lo que vivimos
esos años, lo noto en sus miradas. Jamás me perdonaría perder el contacto con
cualquiera de ellos, son simplemente parte de mí.
También hablamos de amor.
No sé si es bueno o malo saber mucho del amor. Yo siempre he
pensado que las mejores cosas de la vida son para disfrutarlas, que conocerlas
bien no es tan importante y que precisamente en esa ignorancia está a veces la
felicidad. Pero durante aquellos dos Nesteas aprendí muchas cosas. Aprendí que
puedes dejar atrás toda tu vida por amor, pero cuando al amor le toca
compensarte, a veces va y no lo hace. También me hablaron de amores preciosos y
trabajados, que como jarrones de porcelana de repente un día aparecen rotos sin
saber por qué, y cuando pegas todos los trocitos te das cuenta de que a veces no
es suficiente con que las cosas recuperen su forma, porque ni siquiera así
vuelve a ser tan bonito como antes. Escuché una historia sobre amores eternos
pero nacidos a contratiempo, sobre huidas y peligrosos regresos con el tren en
marcha, sobre el esfuerzo por encajar las piezas y sobre las difíciles
decisiones que nos obliga a tomar el corazón. Todo esto no son películas ni
aparecen en ningún libro, estas cosas le pasan de verdad a personas normales
que también al principio pensaron que el amor era para siempre y también lo intentaron
hacer de la mejor forma posible. Es importante no perder esto de vista.
Conozco las dos caras del amor. Disfruto cada día de la cara
buena, tiene ojos marrones, pelo rizado y cuerpo de princesa. Pero no soy tan
inconsciente como para pensar que la cara mala no existe; sé que está ahí, que
hay gente que la sufre a diario y que es capaz de nublar los días más claros.
Sé de su costumbre por llegar cuando menos se la espera, sé que nadie está a
salvo de verla y sé lo difícil que es ser más fuerte que ella.
Por eso, cuando se hizo de noche y mis amigos se fueron, yo
regresaba a casa mirando mi móvil: el fondo de pantalla, algunos mensajes… Y en
ese instante de soledad que todos necesitamos, pensaba en mi vida, que no es
perfecta y tiene rincones sin limpiar, pero que también tiene algo brillante que
jamás soñé que podría disfrutar. Algo que se sube cada día a lo más alto de mi
montaña de problemas, de ansiedades y de incertidumbres para, desde ahí arriba,
gritarme bien alto que soy un chico con suerte. Y sí, por un momento me sentí
inmensamente feliz.
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Quiero agradecer a las chicas de eSaOeSa ( http://esaoesa.blogspot.com.es/2012/06/premios-iebster-bog.html ),
que por alguna extraña razón me han regalado el premio de haber elegido a Lejos
del Paraíso como uno de sus cinco blogs favoritos. ¡Gracias!
Y espero que por mucho tiempo sigas sintiéndote así de feliz y así de afortunado. Muchísimo tiempo, tanto como te mereces!
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